Gran Canaria está sumida en la penumbra. La madrugada es cálida y silenciosa, apenas rota por el parpadeo de cuarenta luces frontales que se deslizan con calma y determinación. No hay ruido de salida ni ceremonias grandilocuentes; solo el sonido del asfalto bajo los neumáticos y el ritmo suave de respiraciones entre conversaciones y risas nerviosas. Así comienza La Monumental, un desafío donde las bicicletas de gravel se encuentran cara a cara con los límites humanos.
Desde 2018, cuando cinco ciclistas se atrevieron a enfrentarse a este terreno hostil, la prueba ha mantenido su carácter indomable. Hoy, 40 valientes se preparan para una jornada que exige el máximo. Aquí, el número no es una cuestión de exclusividad, sino de respeto por una isla que no admite multitudes en sus dominios más salvajes.
Este año, la cita tiene una dimensión especial con la presencia de Haimar Zubeldia. Con 15 Tours de Francia terminados a sus espaldas y 29 grandes vueltas, su participación, posible gracias al apoyo de Etxeondo, es un símbolo de constancia y sacrificio. Zubeldia no está aquí como un espectador ilustre, sino como uno más de los que han aceptado el reto, uniendo experiencia y resistencia en cada pedalada.
Las curvas empinadas desgastan las piernas desde el inicio, marcando el tono del desafío. Al terminar, el ascenso continúa por la subida a Tirma, donde el terreno exige concentración absoluta y fuerza sin descanso.
Después de Tirma, llega Guardaya, quizás el tramo más duro del recorrido. Bajo las sombras del majestuoso Bentayga y el imponente Roque Nublo, el terreno se vuelve áspero y traicionero. Las piedras sueltas y las rampas castigadoras convierten cada pedalada en una batalla contra el agotamiento físico y mental.
Chira no es una pausa; es una prueba más que desgasta lo poco que queda de energía. Este tramo final prepara a los ciclistas para el ascenso definitivo al Pico de las Nieves, el punto más alto de Gran Canaria. Aquí, el sufrimiento alcanza su clímax. La cima, por fin, pone fin a la escalada y da paso al alivio del descenso.
El descenso es rápido y técnico, un asfalto que exige precisión y confianza. El viento golpea el rostro, y cada curva se convierte en un desafío milimétrico. La fatiga pesa, pero el final está cerca.
La meta se aproxima sin artificios, pero cruzarla es mucho más que completar una ruta. Un ambiente de camaradería y satisfacción espera en la llegada: apretones de manos, miradas cómplices y alguna sonrisa rota por el cansancio. La celebración es discreta, pero auténtica; un reflejo de la alegría compartida por haber conquistado lo imposible.
La Monumental no es una carrera; es un evento de resistencia, una celebración del esfuerzo y el respeto por una isla que nunca deja de desafiar. Aquí, no hay vencedores ni vencidos. Llegar es el verdadero triunfo.
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